Blogia
A ContraLuz

LiTErATURA

Consuelo.

Consuelo.
© fotografía de Ivette Sebastián. 2n Bat. Art.

 

En uno de sus últimos poemas, uno de esos que algún día verán la luz de la edición, Mario Benedetti nos consuela, sin pretenderlo, de su pérdida.

Tenemos una cita con el poeta en medio de los libros.

Quiero quedarme en medio de los libros
vibrar con Roque Dalton con Vallejo y Quiroga
ser una de sus páginas
la más inolvidable
y desde allí juzgar al pobre mundo
no pretendo que nadie me encuaderne
quiero pensar en rústica
con las pupilas verdes de la memoria franca
en el breviario de la noche en vilo mi abecedario de los sentimientos
sabe posarse en mis queridos nombres
me siento cómodo entre tantas hojas
con adverbios que son revelaciones
sílabas que me piden un socorro
adjetivos que parecen juguetes
quiero quedarme en medio de los libros
en ellos he aprendido a dar mis pasos
a convivir con mañas y soplidos vitales
a comprender lo que crearon otros
y a ser por fin
este poco que soy.

Mario Benedetti.

Hasta siempre, poeta.

Hasta siempre, poeta.

"Prensa Latina" se hace eco hoy de la incapacidad de Eduardo Galeano para ponerle palabras al dolor que llega cuando se pierde a un amigo. No sé qué esperaban los periodistas; pero, como el propio Galeano concluía, el dolor se transmite mediante el silencio.

Y me callo, que duele.

CURRÍCULUM.

El cuento es muy sencillo
usted nace
contempla atribulado
el rojo azul del cielo
el pájaro que emigra
el torpe escarabajo
que su zapato aplastará
valiente

usted sufre
reclama por comida
y por costumbre
por obligación
llora limpio de culpas
extenuado
hasta que el sueño lo descalifica

usted ama
se transfigura y ama
por una eternidad tan provisoria
que hasta el orgullo se le vuelve tierno
y el corazón profético
se convierte en escombros

usted aprende
y usa lo aprendido
para volverse lentamente sabio
para saber que al fin el mundo es esto
en su mejor momento una nostalgia
en su peor momento un desamparo
y siempre siempre
un lío

entonces
usted muere.

Mario Benedetti.

Libros y rosa.

Libros y rosa.

Casi con esa misma ilusión del qué traerán los Reyes, acontece por estos lares la diada de Sant Jordi.

El bueno de Jordi suele portarse tan bien como Melchor, Gaspar y Baltasar. He aquí la prueba:

  • Poesía Completa, de José Agustín Goytisolo.
  • El nas de Mussolini, de Lluís-Anton Baulenas.
  • La solitud dels nombres primers, de Paolo Giordano.
  • Los rebeldes, de Sándor Márai.
  • Si esto es un hombre, de Primo Levi.
  • Una rosa, de la Naturaleza (terciando Berta, mi simpática florista de la esquina).

Melancolía.

Melancolía.

 "Agarrándose a la vida" , por Águeda Galimany.

Nace la melancolía

en hojas de bronce

y muertas

de postreros suspiros

almados de álamos

junto al río

 

y se encarama

a un cielo

de paleta y lienzo

sin nubes

para conquistar

por los ojos

el ánimo

 

y derrotarlo.

Reverso de Cetina (recreación).

Reverso de Cetina (recreación).

"The passage of time", por ToniVC. 

 

Fiadas horas que os vais deteniendo

porque, lejos de mi bien, mal me sienta;

luctuosa noche que en tan lenta afrenta

el alegre encuentro estás impidiendo;

 

importuno reloj que no moviendo

tu curso mi dolor me representa;

estrellas con quien nunca tuve cuenta

que mi espera vais despacio tejiendo;

 

gallo que mi dicha no has anunciado;

lucero que mi luz has de mostrar;

y tú, deseada, lejana aurora;

 

si en vos cabe dolor de mi cuidado,

adelantaos todos a la par,

si no puede ser más, siquiera una hora.

Prístinos versos.

Prístinos versos.

Sunset Waves, por Carlos jm.

El pincel transparente del viento
dibuja en las crestas de las olas
un mar aprendido
de alas de gaviota

espumosas alas blancas olas
con su vuelo breve
con su vuelo mínimo
van vienen van vienen
entre el nacimiento
y la muerte
eternamente.

Estos versos fueron escritos hace ya mucho tiempo y fueron los primeros capaces de eludir la acostumbrada hospitalidad de la papelera. Releídos ahora, vete tú a saber a qué debieron tanta suerte.

Dicen las paredes.

Dicen las paredes.

Grafiti en La Plaza del Congreso, Buenos Aires, Argentina, por Hanneorla.

En la pared de un váter público:

Si es posible militarizar a los civiles, ¿por qué no, civilizar a los militares?

Y entonces me he acordado de algunas de las verdades que Dicen las paredes en el Libro de los abrazos, de Eduardo Galeano:

 En el sector infantil de la Feria del Libro, en Bogotá: El locóptero es muy veloz, pero muy lento.

A la salida de Santiago de Cuba: Cómo gasto paredes recordándote.

Y en las alturas de Valparaíso: Yo nos amo.

En Buenos Aires, en el puente de La Boca: Todos prometen y nadie cumple. Vote por nadie.

En Bogotá, a la vuelta de la Universidad Nacional: Dios vive.

Y debajo, con otra letra: De puro milagro.

Y también en Bogotá: ¡Proletarios de todos los países, uníos!

Y debajo, con otra letra: (Último aviso.)

En pleno centro de Medellín: La letra con sangre entra.

Y abajo, firmando: Sicario alfabetizador.

En la ciudad uruguaya de Melo: Ayude a la policía: tortúrese.

Pura inteligencia, la del grafito del pueblo.

Maig d'amor (Gerard Vergés).

Maig d'amor (Gerard Vergés).

Pino silvestre III, de Trebol-a (tomada en Terriente, Aragón).

Són certes les paraules que vam dir-nos,
certa la primavera del teu cos
i cert l’espill d’amor dels teus ulls negres.

Suau plovia sobre el bosc tendríssim
de pins i diminutes margarides.
Sols el silenci, sols nosaltres sols.

D’aquí a molts anys potser recordaràs
que algú, algun dia, et va estimar moltíssim.
I et pujarà a la gola una dolçor
com una immensa mel, com una música.
La mateixa dolçor que ara jo sento
recordant-te en la meva soledat.

Res no val tant com un instant d’amor.


MAYO DE AMOR
(Gerard Vergés).

Son ciertas las palabras que nos dijimos,
cierta la primavera de tu cuerpo
y cierto el espejo de amor de tus ojos negros.

Suave llovía sobre el bosque ternísimo
de pinos y diminutas margaritas.
Sólo el silencio, sólo nosotros solos.

De aquí a muchos años acaso recordarás
que alguien, algún día, te amó muchísimo.
Y te subirá a la garganta una dulzura
como una inmensa miel, como una música.
La misma dulzura que ahora yo siento
recordándote en mi soledad.

Nada vale tanto como un instante de amor.

Nuevo fragmento heroico.

Nuevo fragmento heroico.

Tras Marta, yo también elijo mi fragmento. Espero que os guste.

Me he comprado un mapa de carretera. Lo he estudiado cuidadosamente, y sé que hay al menos siete caminos distintos por los que podrías volver a casa. Si me llamas, puedo decirte cuáles son los más seguros. Ya sabes que la mitad de las carreteras están en obras, así que hay que andarse con cuidado. Cuando te fuiste, estabas sola, pero puedes contar conmigo para el viaje de vuelta. Ten cuidado con las ruedas, porque las llantas han perdido el dibujo y en esta época del año llueve mucho. No conduzcas de noche, porque la música de la radio puede dejarte dormida, y sobre todo vigila la temperatura del agua, porque tu coche se calienta demasiado.

Ahora me arrepiento de haberte aconsejado un coche usado, pero nos iban tan mal las cosas que me parecía lo menos arriesgado. Me gustaría que tuvieras un coche nuevo y que viajases siempre por carreteras bien iluminadas y que no lloviese todos los jodidos días, porque hay al menos siete caminos distintos por los que podrías volver a casa, y me gustaría que pudieses encontrar alguno.

Fragmento heroico.

Fragmento heroico.

Libres, al fin. Por EseLoKo. 

Durante el curso pasado, Marta Bouso, una de esas alumnas que siempre deseas encontrar al iniciar un nuevo curso, me escribió unas líneas en las que se leía: Juanjo, no te envío esto por ningún motivo concreto. No pretendo que lo leas en clase ni que lo publiques en la Intranet (red interna con la que nos las habemos de ver a diario en el instituto en pos de la integración de las TIC). Simplemente te lo envío porque siempre que lo leo, me hace sonreír... Quizás te haga sonreír a ti también.

Con esto, Marta se refería a un fragmento de los Héroes de Ray Loriga. Y ya lo creo que sonreí con él. Pero lo que me llamó más la atención fue que Marta había escrito siempre que lo leo. Aún recuerdo el vuelco que me dio el corazón al pensar que a tan temprana edad pudiera haber alguien que ya tuviera sus renglones literarios preferidos, a los que volver una y otra vez. Cierto es que a poco descubrí que Marta no era rara avis. Las buenas gentes del bachillerato egarense están teniendo por costumbre concederme no pocas alegrías.

Ni qué decir tiene que el texto lo leímos en clase a gusto de todos. Espero, asimismo, que también lo sea ahora del vuestro:

Conocí a un chico que era alérgico al polen y al polvo y al serrín y al humo provocado por combustión de carburantes y a las ensaladas y a los gatos y a las ballenas y a las fibras sintéticas y a uno de cada dos medicamentos. Era uno de esos chicos que no hablan con nadie. Parecía uno de los que viven en campanas de cristal, pero era alérgico a las campanas de cristal, así que tenía que enfrentarse con todas sus alergias. Llevaba sus alergias encima como un viajante de comercio lleva sus maletas. Demostró legalmente que era alérgico a sus padres, así que sus padres tuvieron que darle una pensión vitalicia sin disfrutar a cambio del consuelo de agujerear sus zapatos con sus propias desgracias, además él ni siquiera llevaba zapatos porque era alérgico a la piel y al caucho. Le hicieron unos zapatos de madera pero a él le pareció que era como andar con dos ataúdes chiquitos en los pies, así que los tiró por la ventana. Una chica que pasaba por la calle recogió los zapatos, y como nunca había visto unos zapatos tan raros subió a ver de quién eran. El chico abrió la puerta y la chica entró, los dos se miraron un rato y los dos eran guapos, y los dos llevaban solos demasiado tiempo, así que se abrazaron un poco a ver que pasaba y resultó que la chica iba vestida con fibras sintéticas y tenía ojos de gato, y estaba gorda como una ballena y tenía polen en el pelo y serrín en el cerebro y antibióticos en los dedos y ensalada en la falda y un motor de explosión que le ayudaba a subir las escaleras. El chico se murió con una estúpida y gigante sonrisa de felicidad en la cara.
Cuando me desperté estaba seguro que podía aprender algo de ese sueño pero no sabía qué coño podría ser.

Las ciudades invisibles.

Las ciudades invisibles.

 Variación de Meeting in Provence, de Manulao4.

un murete desde donde los viejos miran [...]

Al hombre que cabalga por tierras agrestes le acomete el deseo de una ciudad. Finalmente llega a Isidora, ciudad donde los palacios tienen escaleras de caracol incrustadas de caracolas marinas, donde se fabrican según las reglas del arte catalejos y violines, donde cuando el forastero está indeciso entre dos mujeres encuentra siempre una tercera, donde las riñas de gallos degeneran en peleas sangrientas entre los apostadores. En todas estas cosas pensaba el hombre cuando deseaba una ciudad. Isidora es, pues, la ciudad de sus sueños; con una diferencia. La ciudad soñada lo contenía joven; a Isidora llega a edad avanzada. En la plaza hay un murete desde donde los viejos miran pasar la juventud; el hombre está sentado en fila con ellos. Los deseos son ya recuerdos [...]

Cómo es verdaderamente la ciudad bajo esta apretada envoltura de signos, qué contiene o esconde, el hombre sale de Tamara sin haberlo sabido [...]

Zora, ciudad que quien la ha visto una vez no puede olvidarla más. Pero no porque deje, como otras ciudades memorables una imagen fuera de lo común en los recuerdos. Zora tiene la propiedad de permanecer en la memoria punto por punto, en la sucesión de las calles, y de las casas a lo largo de las calles, y de las puertas y las ventanas de las casas, aunque sin mostrar en ellas hermosuras o rarezas particulares. Su secreto es la forma en que la vista corre por figuras que se suceden como en una partitura musical donde no se puede cambiar o desplazar ninguna nota. El hombre que sabe de memoria cómo es Zora, en la noche, cuando no puede dormir imagina que camina por sus calles y recuerda el orden en que se suceden el reloj de cobre, el toldo a rayas del peluquero, la fuente de los nueve surtidores, la torre de vidrio del astrónomo, el puesto del vendedor de sandías, el café de la esquina, el atajo que va al puerto. Esta ciudad que no se borra de la mente es como un armazón o una retícula en cuyas casillas cada uno puede disponer las cosas que quiere recordar.

Siempre que vuelvo sobre estas líneas, asumo que la ciudad es femenina, más allá del azar de su género gramatical. Italo Calvino bautizó sus ciudades con evocadores y sugestivos nombres -Olinda, Laudomia, Berenice...- e instiló en muchas de ellas la gracia del espíritu femenino. Ignoro el grado de consciencia que hubo en ello, sin embargo el camino se desanda fácilmente en determinados pasajes: el libro se escribió de la mujer a la ciudad, pero se lee de la ciudad a la mujer.

Un par de apuntes sobre el Antiguo Testamento.

Apunte primero, de Ángel González:

ESO LO EXPLICA TODO.
Ni Dios es capaz de hacer el Universo en una semana.
No descansó el séptimo día.
Al séptimo día se cansó.

 

Apunte segundo, del Diario de Adán y Eva de Mark Twain:

FRAGMENTOS DEL DIARIO DE ADÁN. 

Lunes.- Este animal nuevo, de larga cabellera, está resultando muy entremetido. Siempre merodea en torno mío y me sigue a donde yo voy. Esto me desagrada; no estoy acostumbrado a tener compañía. Debería quedarse con los demás animales. El día está nuboso y sopla viento del Este; creo que tendremos lluvia. ¿Tendremos? ¿Nosotros? ¿De dónde he sacado yo esto de nosotros? Ya caigo. Así es como habla el animal nuevo. [...]

Miércoles.- Me construí un cobijo para defenderme de la lluvia, pero no hubo modo de que lo disfrutase yo solo y en paz. Se metió el animal nuevo, y ante mis intentos de expulsarlo de allí, empezó a derramar agua por los agujeros que le sirven para mirar, y luego se los secó con el revés de sus garras, y dejó oír un ruido semejante al que hacen los demás animales cuando sufren. ¡Si no hablase! Porque siempre está hablando.

DIARIO DE EVA.

Domingo.- [...] Me produce la impresión de un animal más inclinado al descanso que a cualquier otra cosa. A mí me cansaría tanto descanso. Sólo el estarme sentada mirando al árbol me fatiga. ¿Para qué servirá? Nunca le veo hacer nada. [...] Al descubrir que sabía hablar, despertóse en mí un nuevo interés por él, porque me gusta la charla; yo no dejo de hablar en todo el día, hablo hasta en mis sueños, y resultó muy interesante; pero lo sería doblemente si tuviese otro a quien poder hablar; sería capaz de estarme dale que dale sin acabar nunca, si así me lo pedían.

Jueves.- Mi primera pena. Ayer esquivó mi encuentro, y pareció desear que no le dirigiese la palabra. Me resistí a creerlo, y pensé que se trataba de una equivocación; me encantaba estar con él, me encantaba oírle hablar. ¿Cómo, pues, podía ser que él se mostrase hosco conmigo, no habiéndole dado yo ningún motivo? Pero resultó al fin cierto. Me alejé, pues, y me senté solitaria en el lugar donde lo vi por vez primera la mañana en que fuimos hechos, cuando yo no sabía qué era él y lo miraba con indiferencia; ahora me resultó aquel un lugar tristísimo; hasta las cosas más pequeñas me hablaban de él, y yo tenía el corazón en llaga viva. Yo no comprendía con claridad el motivo, porque era un sentimiento nuevo; yo no lo había experimentado hasta entonces, era un completo misterio para mí, y no acertaba a explicármelo.
Pero al llegar la noche se me hizo insoportable la soledad, y me dirigí al refugio nuevo que él ha construído, con el propósito de preguntarle en qué le había ofendido y cómo podía corregir mi error, ganándome de nuevo su cariño; pero el me plantó fuera del refugio, en medio de la lluvia, y ésa fue mi primera pena.

Moraleja primera: el Mundo es imperfecto.

Moraleja segunda: Nadie es el otro. Y si hay diferencia de sexo de por medio, menos aún.

Margarita.

Margarita.

Qué fresca tu sonrisa
margarita
con tu sol corazón
y tus blancas alitas
margarita
lanza al aire tu sí
lanza al aire tu no

qué perfume de brisa
margarita
con tu aliento limpio
y de rocío una gota
margarita
calla al aire tu sí
calla al aire tu no

margarita.

Charla literaria en el IES Torre del Palau.

Charla literaria en el IES Torre del Palau.

Siempre he albergado el convencimiento de que, si cada persona acertase a tener entre sus manos el libro adecuado, todos seríamos lectores. Pero como quiera que no existe el libro que, cual piedra filosofal de la cultura, convierta en lectores a cuantas personas llegue, la tarea de atinar qué libro ha de ser para qué individuo resulta harto complicada. Y es ésta una de las máximas preocupaciones que, como profesor de lengua y literatura, tengo.

Recuerdo que, a principio de curso, Josep Giralt -colega en el Departamento de Lenguas y novelista en cierne- propuso que la única lectura no prescriptiva de las del currículo de bachillerato fuese "Me refiero a los Játac", novela con que Carlos Peramo había ganado el  II Premio Bruguera de Novela.

La propuesta de Josep contaba además con un aliciente: la más que probable visita del autor a nuestro instituto para dar una charla a los alumnos. Y, efectivamente, el pasado miércoles de carnaval, Carlos Peramo estuvo entre nosotros. Con verbo llano y tono desenfadado, nos habló del oficio de escritor y del proceso de creación de una novela. Hizo numerosas referencias a la historia de los Játac y satisfizo la curiosidad de los bachilleres, sobre todo en cuanto al grado de ficción y de realidad que ofrecen sus hechos y personajes. Sin duda, fue una excelente forma de humanizar la figura del escritor, de liberarla del encierro del antropónimo impreso en la cubierta de un libro y corporeizarla.

Siendo yo todavía universitario -doctorando, si mal no recuerdo- tuve la placentera fortuna de que Joaquín Marco y Anna Caballé me llamasen para colaborar en la organización de un encuentro de escritores hispanoamericanos que iba a llevar a cabo la UB. Jamás olvidaré aquella mágica sensación, aquel dulce y sordo sobrecogimiento con que estrechaba la mano a escritores como Ángel González, Bioy Casares, Bryce Echenique, Álvaro Mutis, Jorge Edwards o Vargas Llosa. Cierto es que faltaban Gabo u Octavio Paz; pero, ante semejante elenco, enseguida no importó. Para entonces, yo ya tenía la literatura muy adentro , recorriéndome las entrañas. Sin embargo, a los dieciséis años no había conocido aún escritor alguno; mis alumnos me llevan una considerable ventaja en ello.

Confío en que a alguno de ellos el encuentro con Carlos Peramo le haya abierto o ensanchado el gusto por la literatura. No sé si su novela habrá tenido ese poder filosofal a que me refería al principio de este escrito, no obstante me consta que elegirla fue un acierto. En líneas generales, los chavales la han degustado -por fortuna, no pocos eran ya previamente lectores en firme-.

Diamants.

Gràcies, Plaerdemavida, per fer-me adonar d'aquesta imperdonable llacuna.

Els besos dels amants

són de pedra i de foc,

la flama és or y el roc

és llum de diamants;

els besos són infants

que viuen massa poc,

àngels que cerquen lloc

a l'infern dels humans.

Cada bes l'enderroc

de la Verge i dels Sants.

Joan Noves (23.10.78)

Adiós a Ángel González.

 

Sin duda, muchos son los adioses que podría haber dejado en esta bitácora desde que la iniciase; aunque pocos, los escritos. No sé cuántos estén aún por escribir en el futuro; sí sé que ninguno dolerá tanto como éste. Nadie tiene derecho a decir que tal o cual poeta es mejor o peor que aquel otro; pero quien más y quien menos tiene su vate preferido, el que le estremece especialmente, con el que sintoniza más fácilmente a flor de piel y en los adentros, al que se vuelve una y otra vez sin automatismo, con voluntad de volver. Mi poeta era -es; seguirá siendo- Ángel González, a quien, por fortuna y por azar -que aquí no son lo mismo-, tuve ocasión de conocer personalmente hace ya unos cuantos años en Barcelona, durante un encuentro de escritores hispanoamericanos.

Esta mañana, mi querida Bel me daba la luctuosa noticia a través del móvil y me ha sorprendido mi propio estremecimiento. Consuela, sin embargo, saber que esa tercera vida, entre la terrenal y la eterna, de la que tan bien hablase Jorge Manrique en sus Coplas a la Muerte de su padre, ha de ser para Ángel González longeva, si no sempiterna. Consuela saber que permanece en sus escritos dándosenos, pues nunca manejó la pluma desde una torre de marfil.


Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
y no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento…

Villancicos

Nunca me cansaré de oír a Paco Ibáñez; tampoco, de leer a Gloria Fuertes, sea la de los niños o la de los mayores.

Y ya que estamos en época de villancicos y ya que estamos con Gloria Fuertes, he aquí dos versiones distintas de uno que publicó hará apenas una década.

1ª versión, original y no apta para el público menor:

¡Ya está bien!
¡Ya está bien,
que se nos va a helar!
¡Tanto adorar al chaval
y nadie tiene cojones
de darle sus pantalones,
sus sayas
o su morral!

¡Tanta mirra
y tanto incienso,
y él desnudito entre el pienso!

Pienso…
Pienso que nadie le quiere:
su tiritera me hiere
en esta noche tan puta.

¡Muchachos, traed viruta,
que vamos a hacer una hoguera,
antes de que se nos muera
de frío la salvación!

2ª versión, enmendada para no herir sensibilidades:

¡Ya está bien, que se va a helar!
Tanto adorar al Chaval
y nadie tiene reaños
de darle sus propios paños,
sus sayas o su morral.
Tanta mirra y tanto incienso,
y Él desnudito en el pienso
-pienso que nadie le quiere-.
Su tiritera me hiere,
en esta noche tan bruta.
¡Muchachos, traed viruta,
vamos a hacer una hoguera,
antes de que se nos muera
de frío la Salvación!

Juntad todas las banderas
y haced una colcha loca,
porque Dios está en pelota
desde que vino al Portal.

Contestador automático.

Les he hablado a los alumnos de 1º de Bachillerato de un poemario prestado hace un tiempo y que aún obra en mi poder; de una colega que ya no está pero sigue estando con y entre nosotros -educadores y educandos-; del matiz diferenciador entre melancolía y nostalgia; de un contestador automático.. Y he traído hasta sus atentos oídos líricos un poema de Francisco Díaz de Castro, poeta mediterráneo que me descubriese Mari, de quien a menudo me acuerdo y para quien hoy he tenido un recuerdo -con estas palabras, acaso sean ya dos-.

Esta cinta gastada que conservo

entre fotos y cartas

y el olvido creciente de tu voz.

            No volví la cabeza ni mis ojos lloraron

cuando te abandoné,

tú sin ti para siempre.

            Luego lo más preciado se borró de las cintas.

            Y te buscaba

en la masa de instantes,

en el eco de voces superpuestas

que llamaban para qué sé yo qué.

Pero tu voz, la broma,       

tus retrasos, los besos

o el te quiero en susurro,

esa voz de fantasma que yo busco

es ya sólo el silencio que se graba

cuando pasa la cinta

y nadie dice.

Una Colometa

Nunca una obra teatral a la que poner tantos peros me había satisfecho tanto, contrasentido mayor aún si se consideran las más de tres horas que duró la representación. Y es que redescubrir, tantos años después de aquella lectura juvenil, La plaça del Diamant satisface el ánimo.

Josep M. Benet i Jornet ha intentado, según él mismo declara "mostrar dalt de l'escenari el món sencer de Colometa". Sin embargo, al abordar tamaña empresa, el adaptador no ha sabido ser tal. Parece como si, en vez de elegir la línea medular de la historia, haya querido volcar toda la novela sobre el espectador, quedándose así a medio camino de todo. A menudo, se recrimina ligeramente a un filme la merma de valía respecto de la obra literaria de que es adaptación: "es mejor la novela que la peli" se suele decir u oír, y olvidamos ponderar en el comentario lo distinto de ambos registros. Pero no es éste el perdón que cabe a La plaça del Diamant. Sentado en mi cómoda butaca del TNC, tenía la impresión de estar viendo, no un drama, sino una novela; pero las novelas no se ven, se leen. "Quien mucho abarca, poco aprieta", dice la sabiduría del refranero, y la tensión dramática, de estar presente, enseguida se esfumaba.

Al iniciarse la representación, con hambre acumulada de Colometa, todo se disculpa, a todo se concede prudente espera...; mas llega un punto en que tanta pirueta escenográfica, tanto tránsito de tarimas, edificios, estancias, camas -en un ir y venir propio del tráfico condal de las horas punta- fatiga.

Entiendo que a la tentación de un escenario de la magnitud de la Sala Gran del TNC y a la de sus poco menos que infinitas posibilidades tramoyísticas sea difícil oponer resistencia o, por mejor decir, templanza. Ya durante el Barroco, las obras de Calderón, por ejemplo, se subieron a las tablas con toda suerte de artificios que el avance de las técnicas escenográficas ofrecía. Pero incluso entonces, aquel απó μηχανς θεóς de los griegos sustentaba su razón de ser, más allá de la mera espectacularidad, en subrayar la tensión dramática argumental. Sin embargo, en esta ambiciosa adaptación de La plaça del Diamant, parece como si la ambientación novelesca -no la teatral- hubiese sido la mayor de las preocupaciones tanto para Benet i Jornet como para Toni Casares, director de la obra, y en función de ella juega la escenografía.

Una novela es, por naturaleza de género, dilatada; un drama, concentrado. La labor del escenógrafo Jordi Roig -encomiable, por demás- no puede pretender recrear el paso de las páginas rodoredianas, pese al vértigo con que se suceden las modificaciones en el decorado -algunas, tras escasos minutos, dando la impresión de que el tránsito de una escena a otra correspondía, no a entradas y salidas de personajes, sino a idas y venidas de distintos elementos del decorado-.

El mismo Benet i Jornet reconoce el carácter inabarcable de la novela en su totalidad. Sorprende, pues, que se haya puesto a ello "amb tota la passió i exasperació que [li] desperta" -quisiera en este punto ahorrarme la maldad de decir que eso le pasa por culebronear tanto-.

Efectivamente, "mentre que a la novel·la sentim la veu interior de Colometa, a l'escenari hi veiem la seva mirada. Aquesta és la diferència que hem hagut d'acceptar". Pero no se equivoque, señor Josep M., los espectadores somos quienes la hemos tenido que aceptar, no usted, que la eligió y la ha impuesto. Porque, digo yo, esa acertada voz en off que sin embargo resta en exceso desaprovechada, pues apenas asoma, ¿no hubiese sido capaz de hacernos llegar desde el interior del personaje el mundo de Natàlia? -me niego a llamarla Colometa, que "pobre Maria"-. ¿Ciertamente es ineludible cambiar la voz interna por la mirada externa? Se me antoja que no, mas bien hay un dejarse ir en el exceso de mesura: es el TNC y el Año Rodoreda,

Y aquí es donde damos con lo que, a mi parecer, es el otro gran demérito de esta adaptación teatral: la protagonista, negada su voz interior, nos parece otra. Quien no haya leído la novela de Mercè Rodoreda no conocerá a la auténtica señora Natàlia, menos aún a Colometa; quien sí la haya leído, las echará de menos. Y no me refiero al acierto o no interpretativo de la actriz principal, sino a la escasa hondura psicológica de su papel -aunque, ya que estamos, salvo Mercè Arànega, el resto no convence-.

La principal consecuencia de esta superficialidad -ya ha quedado dicho- es la tergiversación del personaje principal, pero hay otras. En especial, me decepcionó el desapercibimiento con que transcurrían algunos de los notorios valores simbólicos de que se nutre la novela. Colometa -aquí sí conviene llamarla tal- repasa con la yema del dedo el trazo que dibuja la balanza hendida en la pared, como si evaluase la porosidad del yeso. Otro ejemplo: en el preciso instante en que en su casa entra la primera paloma, entra también el embudo que, con más pena que gloria, bien pudiese haber sido un sacacorchos o una mano de almirez.

Otros símbolos ni siquiera aparecen. Se echan de menos, por ejemplo, la solitaria de Quimet o el cuchillo con que Colometa se arma ante la puerta de la que ya no es su casa para definitivamente cortar con su pasado, para poder ser la señora Natalia, no ya Colometa. Ahora bien, lo que no perdono bajo ningún concepto es que, al bajar el telón, la protagonista no haya impedido que Antoni se le pueda vaciar ombligo abajo.

Quisiera creer que no me equivoco en cuanto digo y que hay fallos de adaptación que son esenciales. Pienso en aquella otra puesta en escena, hace ya un tiempo, en que tres actrices encarnaban simultáneamente a Natalia, Colometa y la señora Natalia en lo que era un monólogo interior a tres voces. Se suprimía cuanto de novela tiene la novela y el resultado era, sin embargo, mucho más fiel a ella.

Quisiera creer -digo- que no me equivoco. No he querido ojear la crítica especializada por no exponer mi opinión a influencias ajenas. Sí he comentado algunos aspectos con un puñado de excelsos compañeros de profesión y, en esencia, su valoración no dista en mucho de la mía. No obstante, el público -al menos el de la noche en que yo asistí- aplaudió con ganas. También yo aplaudí, pero con no tantas.

Adiós a Fernando Fernán Gómez.

Ayer por la tarde la ventana de Nierga estaba abierta y de ella salía la infinita prolongación de unos arpegios. La voz de Antonio Molina, "eco grandioso de campana / con timbres de cristal y porcelana", lanzaba al aire de las ondas su quejío de querer ser mataor. Gemma interrumpió lo que apenas era ya un hilo de los sonidos del acorde y nos dio la noticia del reciente fallecimiento de Fernando Fernán Gómez. Jaume Figueres se apresuró a bautizarlo como el Matador de nuestro cine, pues a la casualidad de la copla sumaba la análoga valía con el gran Vittorio Gassman, il Matatore del cine italiano. Jaime Urrutia, ayer huérfano de Ariel Roth, exponía su temor de que hoy para muchos, en especial para los veinteañeros, Fernando Fernán Gómez fuese simplemente aquel viejo cascarrabias del ¡a la mierda, hombre!

Esta mañana he comentado el hecho luctuoso a mis alumnos de bachillerato de primera hora. No son aún veinteañeros, pero a alguno se le ha oído imitar las vaticinadas pestes antes de que me diese tiempo a hablarles del intérprete, del guionista, del director, del autor teatral, del novelista, del articulista...; antes de que me diese tiempo a hablarles de goyas, osos, o académicas letras bes; y antes de acertar a decirles que yo -que me gano y paso la vida hablando del Siglo de Oro, de lazarillos, guzmanes y buscones- descubrí la picaresca a los nueve años viendo en la tele en blanco y negro a este hombre de la cultura que ahora se nos ha ido.