Contestador automático.
Les he hablado a los alumnos de 1º de Bachillerato de un poemario prestado hace un tiempo y que aún obra en mi poder; de una colega que ya no está pero sigue estando con y entre nosotros -educadores y educandos-; del matiz diferenciador entre melancolía y nostalgia; de un contestador automático.. Y he traído hasta sus atentos oídos líricos un poema de Francisco Díaz de Castro, poeta mediterráneo que me descubriese Mari, de quien a menudo me acuerdo y para quien hoy he tenido un recuerdo -con estas palabras, acaso sean ya dos-.
Esta cinta gastada que conservo
entre fotos y cartas
y el olvido creciente de tu voz.
No volví la cabeza ni mis ojos lloraron
cuando te abandoné,
tú sin ti para siempre.
Luego lo más preciado se borró de las cintas.
Y te buscaba
en la masa de instantes,
en el eco de voces superpuestas
que llamaban para qué sé yo qué.
Pero tu voz, la broma,
tus retrasos, los besos
o el te quiero en susurro,
esa voz de fantasma que yo busco
es ya sólo el silencio que se graba
cuando pasa la cinta
y nadie dice.
2 comentarios
Juanjo -
Uno suele arrepentirse siempre de sus sensiblerías; lo bueno es no estar a tiempo de reprimirlas, sea o no por ese estado en que dices que te encontrabas y que, sí, fácilmente intuyo. Por otro lado, a veces tales sensiblerías sólo nos lo parecen, sin que lleguen a serlo ciertamente.
Mari -
Sin llamada al contestador, es difícil saber si hay silencio. A veces se prefiere intuir la voz querida, por eso no hay llamada.
Sé que sabrás perdonar esta sensiblería de la que me arrepiento instantáneamente.
Un beso y un esperado encuentro, aunque sea con la excusa del poemario.