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A ContraLuz

LiTErATURA

Nobel de literatura 2007.

Lo que hoy día es la Guardia Civil fue en tiempo la Santa Hermandad, esto es, una institución cuyos miembros tenían por misión atender a los delitos que se cometían fuera de ciudades y pueblos. No son figuras del todo desconocidas, pues podemos verlos cruzar de vez en cuando, por ejemplo, las páginas de El Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. El caso es que estos cuadrilleros fueron ganándose a pulso la fama de no llegar a tiempo para capturar a los malhechores, cuyos delitos quedaban así impunes. Y como quiera que el uniforme que vestían era de coleto con mangas verdes, de ahí se dio el ¡A buena hora, mangas verdes!

Y así yo, tras semejante introito prescindible, llego tarde también a escribir cuatro cosillas acerca del -no sé si atreverme a decir recién otorgado- Premio Nobel de Literatura 2007. En fin, ahí va mi ¡A buena hora, mangas verdes! Y conste que llego tarde no tanto por la demora que causa el primer párrafo sino porque lo que aquí sigue dormía su olvido, con fecha 13 de octubre, en un borrador de esta bitácora.

 

A sus casi 90 años, la escritora británica Doris Lessing ha sido distinguida con el Premio Nobel de Literatura. El fallo de la Academia Sueca parece ser que ha sido en parte sorprendente, pues la autora de El cuaderno dorado no figuraba entre los favoritos finales.

¿Y a santo de qué no?, me pregunto yo. Cierto es que no hay que desmerecer la valía de otros ilustres candidatos como Claudio Magris o Philip Roth; pero Doris Lessing se me antoja justa merecedora del premio. Puestos a sorprenderse, sorprendámonos de que Cees Nooteboom o Milan Kundera, sempiternos candidatos, todavía no lo tengan en su haber. Más aún, sorprendámonos de que en su día lo recibiese, por ejemplo José Echegaray -¡ay!, que si llego a escribir esto ayer...[las mangas verdes ayudan a entender que ese ayer era el Día de la Hispanidad]- Por otro lado, con los Nobel, sucede un poco lo que con los Oscar: así como Bergman, Chaplin, Kubrick, Hitchcock o Fellini nunca recibieron una estatuilla del dorado tío, tampoco Ibsen, Borges, Proust, Kafka, Brecht o Tolstoi fueron nunca premios Nobel.

En fin, que a la Lessing la veremos más que a otros en el próximo -aunque aún lejano- Sant Jordi. Pero tampoco tanto como a algunos mediáticos, me temo.

Pues eso, en fin.

Muerte en el olvido, por Ángel González.

Cartas de la monja portuguesa.

Cartas de la monja portuguesa.

Mi labor como profesor de literatura me obliga -gustosamente- a volver una y otra vez sobre lecturas ya realizadas. Amén de ello, pocas son las ocasiones en que retomo una obra ya leída -valga decir una narración, pues la poesía es, casi necesariamente, de lectura cíclica: qué distinto sabor puede tener un mismo poema un día de lluvia o uno soleado, en plena tarde o de madrugada-. A principios de verano, porque viajaban conmigo olvidadas en el maletero del coche y porque pedían poco tiempo, releí, nuevamente con fruición, las cinco Lettres portugaises.

Mucho menos hace -apenas un par de días- que leí, en el blog de mi querida amiga Bel, un artículo de Soledad Puértolas en que la autora abordaba en parte el tema del amor y el grado de pertinencia con que el escritor lo aborda. El artículo exponía que, incluso en las grandes novelas de amor -Madame Bovary, Anna Karenina, La Regenta- de lo que se trata en última instancia no es del amor, sino del personaje en sí y la manera en que éste lo vive, "a qué delirios le lleva y por qué".

Pues bien, en las Cartas portuguesas se halla el sufrimiento amoroso en su quintaesencia. Y sí, de lo que se trata en realidad, efectivamente es de cómo Mariana Alcoforado, la monja portuguesa, cumple su pena de amor por abandono en la cárcel de amor -doble prisión, intramuros-. Con todo, ¿importa que las cartas sean autobiográficas, como se creía hasta hace poco, o que se deban plausiblemente a la pluma de Guilleragues, secretario de Luis XIV? Si, como parece Guilleragues desveló la confidencia que el conde Chamilly le hiciera de sus amores con sor Mariana, imprimiéndoles entidad literaria, las epístolas siguen pudiéndose leer tal y como se han venido leyendo hasta hoy, como un auténtico breviario de amor.

El escritor, en sus obras, ofrece personajes, y los temas los vierte sobre él. Así tenemos a Mariana Alcoforado, empapadita de (des)amor, sufriendo su experiencia y excribiéndola o no.

Quien quiera quintaesencias sin más, que lea a los grandes filósofos. En ellos se encuentra más la idea y menos la carne. Pero, señora Puértolas, ellos tampoco son "expertos en el amor", aunque -como los escritores- le hayan dado muchas vueltas al asunto y se lancen a hablar de ello. Si por "experto" parece usted entender sabedor, entonces quizá sí lo sean; aunque el amor, como usted misma apunta, es "enigmático porque no depende de la razón". Ahora bien, si -como se debe- por experto entendemos quien tiene experiencia, ahí cabemos todos, sin excepción.

Adiós a Fco. Umbral

   Los buenos días de esta mañana al levantarme no han sido tales, pues ha venido a dármelos la noticia del fallecimiento de Paco Umbral.

No pretendo, en este improvisado adiós, trazar una semblanza ni una reseña en torno a la vida o la obra del escritor; ya hay, a buen seguro, quien, con más tiempo y mejor pulso, la haya escrito o la escriba. Hoy, ante la noticia, más de uno (y de cien) exclamará: "¡ah, aquel que venía a hablar de su libro!..."

El exabrupto, creo yo, estaba plenamente justificado, aunque tampoco pretendo quedarme tendenciosamente en tan nimia anécdota mediática. Más allá de la simplificación pintoresca e iletrada de las gentes, mucho es lo que merece la pena decirse o saberse acerca de Umbral, el novelista, el ensayista, el cronista político, el columnista de un nuevo costumbrismo, el hombre de izquierdas... QUERAMOS SABER, sí, incluso sobre "La década roja". Y, por encima de todo, sepamos leyendo al autor en su obra. Si no lo hemos ido haciendo ya, aprendamos al menos su gramática como párvulos griegos ahora que murió, acaso despacio y conjugando la rosa.

Umbral sostuvo durante toda su vida que se podía escribir con whisky o sin whisky (Cela, uno de sus grandes mentores, hubiera preferido que fuese con güisqui o sin güisqui). También que podía hacerse a máquina o a mano (según Umbral, los malos autores escriben con computadora). En los últimos tiempos, había sucumbido al embrujo de la comodidad informática, pero de su fidelidad a la Olivetti, nacieron casi todas sus páginas. Y sus líneas más célebres, verbi gratia : "El deporte es una estilización de la guerra" o "Los deseos se tienen; lo que se pide es su cumplimiento".

Con el fallecimiento del escritor, ni perdemos ni se cierra un umbral a las letras hispánicas. Ello corre de cuenta nuestra.

* * *

NOTA: al escribir nimia (v.supra) quiero significar 'carente de importancia, insignificante'. Y es que algo habría que hacer con la dichosa palabra y sus contrarias acepciones...

Historia + La foto salió movida, de Julio Cortázar.

Un cronopio pequeñito buscaba la llave de la puerta de la calle en la mesa de luz, la mesa de luz en el dormitorio, el dormitorio en la casa, la casa en la calle.

Aquí se detenía el cronopio, pues para salir a la calle precisaba la llave de la puerta.

No sé si el mismo cronopio, pero

Un cronopio va a abrir la puerta de calle, y al meter la mano en el bolsillo para sacar la llave lo que saca es una caja de fósforos, entonces este cronopio se aflige mucho y empieza a pensar que si en vez de la llave encuentra los fósforos, sería horrible que el mundo se hubiera desplazado de golpe, y a lo mejor si los fósforos están donde la llave, puede suceder que encuentre la billetera llena de fósforos, y la azucarera llena de dinero, y el piano lleno de azúcar, y la guía del teléfono llena de música, y el ropero lleno de abonados, y la cama llena de trajes, y los floreros llenos de sábanas, y los tranvías llenos de rosas, y los campos llenos de tranvías. Así es que este cronopio se aflige horriblemente y corre a mirarse al espejo, pero como el espejo esta algo ladeado lo que ve es el paragüero del zaguán, y sus presunciones se confirman y estalla en sollozos, cae de rodillas y junta sus manecitas no sabe para qué. Los famas vecinos acuden a consolarlo, y también las esperanzas, pero pasan horas antes de que el cronopio salga de su desesperación y acepte una taza de té, que mira y examina mucho antes de beber, no vaya a pasar que en vez de una taza de té sea un hormiguero o un libro de Samuel Smiles.

Mi cronopito, no te me pierdas: la esperanza es como el sol, que arroja todas las sombras detrás de nosotros (Smiles dixit).

8 de junio: tal día como hoy...

...en 1950, Eugène Ionesco estrenaba su primera pieza teatral: 'La cantatrice chauve', paradigma de la dramaturgia vanguardista del absurdo, que recrea el sinsentido de la condición humana a través de situaciones ridículas y diálogos delirantes.

Daniel Vega, en una sinopsis que incluía en su reseña crítica al estreno de esta obra en el teatro Alfil de Madrid, captaba concisamente el espíritu de la obra: Un salón inglés dónde una pareja inglesa, con zapatillas inglesas, junto a un chimenea inglesa, realiza una parodia de una conversación inglesa de sobremesa, con intervalos de silencio inglés.

En efecto, los diálogos provienen de algo tan exótico como los tópicos de manuales de enseñanza de idiomas, que se van transformando progresivamente en un ataque al lenguaje.

Como el propio autor confesara en más de una ocasión, la idea de la obra surgió una década antes de su estreno, mientras estaba intentando aprender inglés. Asombrado por el contenido de los diálogos del manual, a menudo muy sobrios y extraños, y siempre repletos de perogrulladas, decidió escribir una obra absurda llamada 'L'anglais sans peine', que era el título del mencionado manual -aunque, Ionesco ha llegado a decir también que en cierto momento su intención fue titularla 'L'heure anglaise'-.

Así pues, ¿a qué llamarla 'La cantatrice chauve'? Parece ser que, tras un lapsus linguae -acaso mejor, memoriae- en el momento de un ensayo, el actor que representaba al personaje del bombero debía hablar, en una perorata muy larga, de una institutriz rubia (institutrice blonde), mencionando, en cambio, una cantante calva (cantatrice chauve). Por otro lado, en una charla pronunciada el año de su estreno en los Institutos Franceses de Italia, el propio autor da una explicación al porqué del título -una explicación imbuida del espíritu absurdo de la obra-: Una de las razones por las cuales 'La cantante calva' fue titulada así, es porque ninguna cantante, calva o cabelluda, hace su aparición. Ese detalle debería bastar.

En fin, que en estos días en que la condición humana y su sinsentido amenazan violencia, puede ser buena idea darle un repaso a la obra de Ionesco -no esperen a un próximo estreno, es un teatro que se deja leer bien-.

En ella la condición humana y su sinsentido sólo amenazan risa.

No se trata de huir de la sucia realidad; se trata de verle el absurdo.

                           

NOTA: La charla a la que me refería más arriba se halla recogida en  'Notas y contranotas. Estudios sobre el teatro'. Editorial Losada, S. A., Buenos Aires, Argentina, 1965.

Para mi amiga Àngels, en 'De Notes et contre-notes', Editions Gallimard, Paris, France, 1962.

Y 'Me basta así', de Ángel González.

Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
—de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso—;
                                entonces,

si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando —luego— callas...
(Escucho tu silencio.
                     Oigo
constelaciones: existes.
                        Creo en ti.
                                    Eres.
                                          Me basta).

Poema 20, de Pablo Neruda.

Todavía recuerdo las circunstancias de mi primer encuentro con los 20 Poemas de Amor y una Canción Desesperada. Recuerdo, como si fuese no ya ayer sino hoy, el lugar exacto, el momento exacto, el zarpazo melancólico exacto de la lectura, con el sol de media tarde tras el ventanal.

Hubo un tiempo en que los jóvenes no podían decirse enamorados si no llevaban la edición de bolsillo en el interior de la americana o en el trasero del pantalón, si no lo regalaban a su rubia querida, a su morena guapa... Pero de eso hacía ya mucho cuando se produjo mi primer encuentro; de modo que, al descubrirlo antes de los 15 años, me sentí un privilegiado.

Casi tres décadas después, sigo volviendo a él inexorable y enamoradamente. No sabría decir cuántas veces lo he leído silente o en voz alta, con la inteligencia o con el sentimiento.  Y, sin embargo, nunca he querido memorizarlo -acaso mi mala memoria no lo hubiese permitido-. Sí, en cambio, he querido siempre compartirlo.

Como ahora.

PUEDO escribir los versos más tristes esta noche. 

Escribir, por ejemplo: " La noche está estrellada, 
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos". 

El viento de la noche gira en el cielo y canta. 

Puedo escribir los versos más tristes esta noche. 
Yo la quise, y a veces ella también me quiso. 

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos. 
La besé tantas veces bajo el cielo infinito. 

Ella me quiso, a veces yo también la quería. 
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. 

Puedo escribir los versos más tristes esta noche. 
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. 

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. 
Y el verso cae al alma como pasto el rocío. 

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla. 
La noche está estrellada y ella no está conmigo. 

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos. 
Mi alma no se contenta con haberla perdido. 

Como para acercarla mi mirada la busca. 
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo. 

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles. 
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. 

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise. 
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído. 

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos. 
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos. 

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. 
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido. 

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos, 
mi alma no se contenta con haberla perdido. 

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, 
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo. 

 

Desde aquella lejana media tarde en que lucía el sol tras el ventanal, siempre he dicho que era mi poema favorito. Y Me basta así.

Continuidad en los parques.

Hace ya demasiados años, siendo yo alumno de secundaria en manos de Salva, mi PROFESOR de literatura -así con mayúsculas, pues le debo el cosquilleo del gusanillo por la página impresa-, oí, del entusiamo de su lectura en voz alta, este relato de Cortázar. Tiempo después, siendo yo ahora profesor de literatura -así con minusculillas- lo he leído a mi vez en más de una ocasión. Gusto decir que es una narración que engancha. Y captar la atención del alumno no es tarea fácil en estos tiempos que corren, cuando menos si sólo se va armado de lectura.

 Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
    Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano. la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

La literatura y la imagen plástica nuevamente de la mano. En el "Año Cortázar", noventa y nueve artistas de Argentina, miembros del Foro de Ilustradores, realizó la quinta muestra nacional con base a muchos de sus libros. Cada artista eligió un texto –una oración, un libro completo- y lo ilustró en su espacio dentro del cual todo estilo, técnica, grado de compromiso, valió.
               

   

TE QUIERO, de Mario Benedetti.

TE QUIERO, de Mario Benedetti.

Tus manos son mi caricia
mis acordes cotidianos
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia

       si te quiero es porque sos
       mi amor mi cómplice y todo
       y en la calle codo a codo
       somos mucho más que dos

tus ojos son mi conjuro
contra la mala jornada
te quiero por tu mirada
que mira y siembra futuro

tu boca que es tuya y mía
tu boca no se equivoca
te quiero porque tu boca
sabe gritar rebeldía

       si te quiero es porque sos
       mi amor mi cómplice y todo
       y en la calle codo a codo
       somos mucho más que dos

y por tu rostro sincero
y tu paso vagabundo
y tu llanto por el mundo
porque sos pueblo te quiero

y porque amor no es aureola
ni cándida moraleja
y porque somos pareja
que sabe que no está sola

te quiero en mi paraíso
es decir que en mi país
la gente viva feliz
aunque no tenga permiso

       si te quiero es porque sos
       mi amor mi cómplice y todo
       y en la calle codo a codo
       somos mucho más que dos.

No creo que haya en esto una contradicción, porque la política es también una forma del amor (aunque no viceversa). Hay que aventar cierta mentirosa imagen que suele presentar al luchador político como un ser tan riguroso en su disciplina, que es incapaz de amar como cualquier hijo de vecina, e incluso a la hija del vecino, sobre todo si está bien de piernas e ideología. El amor no es un artículo suntuario, sino una necesidad vital del ser humano. Y no pensamos avergonzarnos de semejante realismo.  MARIO BENEDETTI.

TÁCTICA Y ESTRATEGIA, de Mario Benedetti.

Mi táctica es
                       mirarte
aprender como sos
quererte como sos

mi táctica es
                        hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible

mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo         ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos

Dánae, de Jordi Gamón Blanch 
mi táctica es
                        ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos
no haya telón
                         ni abismos

mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
                                     simple
mi estrategia es
que un día cualquiera
mo sé cómo          ni sé
con qué pretexto
por fin          me necesites.

CORAZÓN CORAZA, de Mario Benedetti.

CORAZÓN CORAZA, de Mario Benedetti.

"Melancolía", por Edvard Munch.

Porque te tengo y no
porque te pienso
porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza        

porque eres mía
porque no eres mía
porque te miro y muero
y peor que muero
si no te miro amor
si no te miro

porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no.