Adiós a Ángel González.
Sin duda, muchos son los adioses que podría haber dejado en esta bitácora desde que la iniciase; aunque pocos, los escritos. No sé cuántos estén aún por escribir en el futuro; sí sé que ninguno dolerá tanto como éste. Nadie tiene derecho a decir que tal o cual poeta es mejor o peor que aquel otro; pero quien más y quien menos tiene su vate preferido, el que le estremece especialmente, con el que sintoniza más fácilmente a flor de piel y en los adentros, al que se vuelve una y otra vez sin automatismo, con voluntad de volver. Mi poeta era -es; seguirá siendo- Ángel González, a quien, por fortuna y por azar -que aquí no son lo mismo-, tuve ocasión de conocer personalmente hace ya unos cuantos años en Barcelona, durante un encuentro de escritores hispanoamericanos.
Esta mañana, mi querida Bel me daba la luctuosa noticia a través del móvil y me ha sorprendido mi propio estremecimiento. Consuela, sin embargo, saber que esa tercera vida, entre la terrenal y la eterna, de la que tan bien hablase Jorge Manrique en sus Coplas a la Muerte de su padre, ha de ser para Ángel González longeva, si no sempiterna. Consuela saber que permanece en sus escritos dándosenos, pues nunca manejó la pluma desde una torre de marfil.
Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
y no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento…
4 comentarios
Juanjo -
Sakkarah -
Pena que no sean inmortales, para que su obra no se agote...
Un beso.
Lúbrica poesía de lunares
en la pulida mar de tu cadera.
Trópico del tabaco y la madera
mecido por las olas de tus mares.
En los helados círculos polares
toda tu superficie reverbera...
Bajo las luces de tu primavera,
a punto de deshielo, los glaciares.
Los salmones avanzan por tus venas
meridianos rompiendo en su locura.
Las aves vuelan desde tus colinas
Terreno fértil, huerto de azucenas:
tan variada riqueza de tu hermosura
pesa sobre tus hombros, que te inclinas.
Ángel González
Juanjo -
Ya ves, tú me diste la noticia; ahora en sus versos encontraré más cálidos minutos fríos de tabaco y charla de los que ya había.
Bel -
Para siempre sus versos llevan tu voz, a la puerta de un instituto con olor a primavera, con el recuerdo de minutos fríos acompañando al humo de tu tabaco, hablando de todo y hablando de nada.
Gracias por compartirlo conmigo, por descubrirme un universo que me perdía.