Adiós a Fernando Fernán Gómez.
Ayer por la tarde la ventana de Nierga estaba abierta y de ella salía la infinita prolongación de unos arpegios. La voz de Antonio Molina, "eco grandioso de campana / con timbres de cristal y porcelana", lanzaba al aire de las ondas su quejío de querer ser mataor. Gemma interrumpió lo que apenas era ya un hilo de los sonidos del acorde y nos dio la noticia del reciente fallecimiento de Fernando Fernán Gómez. Jaume Figueres se apresuró a bautizarlo como el Matador de nuestro cine, pues a la casualidad de la copla sumaba la análoga valía con el gran Vittorio Gassman, il Matatore del cine italiano. Jaime Urrutia, ayer huérfano de Ariel Roth, exponía su temor de que hoy para muchos, en especial para los veinteañeros, Fernando Fernán Gómez fuese simplemente aquel viejo cascarrabias del ¡a la mierda, hombre!
Esta mañana he comentado el hecho luctuoso a mis alumnos de bachillerato de primera hora. No son aún veinteañeros, pero a alguno se le ha oído imitar las vaticinadas pestes antes de que me diese tiempo a hablarles del intérprete, del guionista, del director, del autor teatral, del novelista, del articulista...; antes de que me diese tiempo a hablarles de goyas, osos, o académicas letras bes; y antes de acertar a decirles que yo -que me gano y paso la vida hablando del Siglo de Oro, de lazarillos, guzmanes y buscones- descubrí la picaresca a los nueve años viendo en la tele en blanco y negro a este hombre de la cultura que ahora se nos ha ido.
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