Blogia
A ContraLuz

LeNGuA

De vuelta.

De vuelta.

Aún de vacaciones, pero ya de vuelta en casa, al intentar acceder a la administración de esta bitácora, me encuentro con esta sorprendente advertencia: La máquina en la que está alojado su blog ha sufrido un ataque. Si el suyo es uno de los afectados, bla, bla, bla...

En principio, todo correcto, salvo los comentarios anotados en la última entrada, los cuales, lastimosamente, habré de dar por perdidos; sin duda, eran lo único que valía la pena en ella. Suele suceder que a menudo lo que se lee de interesante en esta página es lo que dictan vuestros comentarios. En fin.

Respecto de la advertencia con que me recibía Blogia, he de decir que me satisface la lata referencialidad con que apunta a los hechos. No sabía yo si a la pobre máquina le había sobrevenido un infarto, una embolia, una apoplejía o, si a base de mariscadas, el ataque sufrido era de gota. Descartadas todas las opciones enseguida —al fin y al cabo, se trata sólo de una máquina—, empecé a preguntarme si no sería cosa de zagales gamberros que la hubiesen tomado a pedradas con la pobrecilla.

Sin duda que la pasividad vacacional hace mella en los más despiertos cerebros; ¿qué ha de ser entonces en los tardos como el mío? Aun así, creo que, finalmente, di con la correcta exégesis de la advertencia. "Máquina" no era sino hiperónimo de servidor. Después de todo, estaba resultando que los de Blogia habían escrito con algo más de rigor del que yo presumía. Efectivamente, hasta que la vigésima tercia edición del DRAE no vea la luz, en la entrada "servidor" no figurará un tecnicismo como sétima acepción: Unidad informática que proporciona diversos servicios a computadoras conectadas con ella a través de una red. ¡Menudo dechado de prudencia terminológica el de mis caseros!

Una vez en el ámbito de la informática, la siguiente deducción aparecía diáfana: los ataques que en este campo acontecen no son sino piráticos. Y en este punto, nuestro diccionario normativo muestra más a las claras su proverbial desfase respecto de la lengua viva. A día de hoy no está prevista la incorporación a tan insigne lexicón de la voz "pirata informático/a". Acaso, de nuevo, resultaba que mis caseros de Blogia habían escrito con cierto rigor al silenciar semejante término —¿a qué, si no existe?—; aunque cabe intuir que la inexistencia les viniese al pelo, pues no puede negarse que "pirata informático/a" infunde temor en cualquier usuario de la red.

Vale, entiendo a los de Blogia; no tanto, a los académicos. Si por derecho propio, en la entrada "pirata", queda definido el nombre compuesto "pirata aéreo/a", no comprendo las posibles reticencias a la definición de "pirata informático/a". Cierto es que aquéllos más que éstos establecen una estrecha analogía con los piratas de toda la vida, los piratas a secas: bucaneros, filibusteros o corsarios que surcaron los siete mares y fecundaron y fecundan con su imaginería nuestra imaginación. Estos personajes de la ficción y de la historia han sido siempre, a lo largo de la suya, ladrones en el mar. Y, aunque los aéreos son más bien secuestradores en el aire, el hecho de que, bajo amenazas, obliguen a la tripulación de un avión a modificar su rumbo establece un correlato más que significativo con el consuetudinario quehacer de cualquier Sílver, Morgan, Sandokan o Sparrow que se tercie —donde dice "avión", léase "barco" et voilà—. Y es que los aviones no dejan de ser también naves (aeronaves) .

Pero, ¿y los informáticos? ¿No realizan también sus saqueos? ¿No consiguen sus botines? ¿No navegan para ello por ese mar o cielo de última generación que es el ciberespacio?

La actual edición del DRAE registra únicamente 41 voces con la abreviatura Inform. Se me antoja éste misérrimo bagaje. Puedo entender que "hacker", con su extraña fonética, no logre ni limpiar ni fijar ni dar esplendor a la lengua de Cervantes; pero "pirata informático/a" me parece poco menos que necesario.

Y ya puestos, ¿por qué no "jáquer"? Reconozco que a primera vista la daña, tanto o más que aquél "güisqui" tan querido de Cela o el más reciente "cederrón", por poner sólo dos ejemplos. Pero también es cierto que, no hace tanto, se adaptó el zapeo del zapping. Sin duda, en cuanto a su uso, el calco sigue en franca desventaja con respecto al anglicismo; pero su sonoridad y grafía no son ya tan artificiosas. La incorporación de este neologismo al diccionario contaba con una ventaja: el verbo "zapear" ya existía en castellano, por lo que se trataba poco menos que de un préstamo semántico. Y sabido es que este tipo de préstamos es el que con menor violencia se instala en cualquier idioma.

Arguyo este paralelismo léxico, habida cuenta de que en nuestro idioma existe desde hace tiempo el verbo "jaquear", cuyo significado es el de hostigar al enemigo, y, en el juego del ajedrez, dar jaques. De ahí, las expresiones "poner (en) jaque", "traer en jaque"...

En fin, no he dicho nada.

O lo que no es lo mismo, demasiado he dicho ya.

Encantado de volver a saludaros desde este recientemente pirateado rinconcito.

¿Presidente o presidenta?

¿Presidente o presidenta?

Hay personas a las que, decididamente, vale la pena conocer. La Boni es, sin duda, una de ellas.

Hace un par de días, seguramente con el propósito de hacerme sonreír, recibí de ella un correo electrónico con la siguiente lección de gramática —ni que decir tiene que el razonamiento no es de la ínclita Carmen—:

LECCIÓN DE GRAMÁTICA: ¿PRESIDENTE o PRESIDENTA?

En español existen los participios activos como derivados de los tiempos verbales.

El participio activo del verbo atacar, es atacante;
el de salir, es saliente;
el de cantar, es cantante;
el de existir, existente.

¿Cuál es el participio activo del verbo ser?
El participio activo del verbo ser,  es ’el ente’. ¿Qué es el ente?.
Quiere decir que tiene...entidad.

Por ese motivo, cuando queremos nombrar a la persona que denota capacidad de ejercer la acción que expresa el verbo, se le agrega al final ’-nte’.

Por lo tanto, a la persona que preside, se le dice presidente, no presidenta, independientemente del sexo que esa persona tenga.

Se dice capilla ardiente, no ardienta;
se dice estudiante, no estudianta;
se dice paciente, no pacienta;
se dice dirigente y no dirigenta.

Nuestros políticos (y muchos periodistas) no sólo hacen un mal uso del lenguaje por motivos ideológicos, sino por ignorancia de la gramática de la lengua española.

el dentisto,
el poeto,
el sindicalisto,
el pediatro,
el pianisto,
el turisto,
el taxisto,
el artisto,
el periodisto,
el violinisto,
el telefonisto,
el gasisto,
el trompestisto,
el techisto,
el maquinisto,
el electricisto,
el oculisto...
y el policío del esquino...
y, sobre todos... ¡el machisto!

La candidez propia de la infancia impide que, a tierna edad, vislumbremos siquiera la ironía, singularmente la que se entiende como figura retórica por la cual se da a entender lo contrario de lo que se dice. Pero aquí, quien más y quien menos hace ya tiempo que dejó atrás su puericia.

Lástima que la demagogia sea práctica y degeneración estrictamente circunscrita al ámbito político, porque los argumentos de esta tesis gramatical bien merecen semejante calificativo.

El avance de las ciencias.

El avance de las ciencias.

Me da la impresión de que ya no es tan frecuente oír por ahí una frase que, no hace tanto, era lugar común en muchas conversaciones triviales. Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, solía decirse. Quizá mi premisa sea errónea y la expresión siga en boga; pero, cuando menos, yo he dejado de oírla.

Es cierto que el avance de las ciencias —y de la tecnología más aún, si cabe— es feraz y vertiginoso. Y acaso sea tal el motivo de declive en el uso de dicha expresión. Supongo que, tras estas últimas décadas en que el calendario se mide por inventos o descubrimientos tanto como por días y meses, eso del avance de las ciencias lo tenemos ya más que asumido. La expresión a que me refiero se nos ha hecho, pues, redundante en exceso, pleonástica. Sobra, en definitiva.

Y no obstante, pese a que pueda ser cierto lo que digo, yo reivindico su uso. Eso sí, su buen uso. Si la estamos desterrando, lo hacemos fundamentados en un error. La expresión Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad rara vez ha querido significar lo que evidencian sus palabras, esto es, que la ciencia avance. Generalmente, este dicho ha de utilizarse con sentido irónico; por ejemplo, para ponderar uno de tantos inventos necios o inútiles, o para maldecir, y no para encomiar, el funcionamiento de algo, por defectuoso. Ha de servirnos más para dejársela caer al amigo que todavía se conecta a la Red con un módem de 58 Kb, que para el abuelo, quien, atónito, se nos pasma ante la magia del pecé.

Y no es de extrañar que su uso fundamental sea irónico. La frase nació en insospechada cuna. Pudo oírse por vez primera en el teatro Apolo, de Madrid, el 17 de febrero de 1894, en el estreno de La Verbena de la Paloma, la famosa zarzuela, con música de Bretón y letra de Ricardo de la Vega — quien, por tanto, es el padre de la criatura— :

     HILARIÓN:
El aceite de ricino
ya no es malo de tomar.
Se administra en pildoritas
y el efecto es siempre igual.

     SEBASTIÁN:
Hoy las ciencias adelantan
que es una barbaridad.

Serendipia (enfoque lingüístico).

Llevo unos días haciendo acopio de vocablos ausentes en el DRAE para dar la murga a los doctos y eruditos académicos de la lengua con el fin de que nuestro normativo diccionario acreciente mínimamente su acervo lexicográfico. El momento parece oportuno, ahora que vamos disponiendo de los avances de la vigésima tercia edición.

Últimamente, he tropezado bastantes veces con la palabra "serendipia". En la tele, en internet, en la radio... No se molesten en buscarla en el lexicón, si es que todavía desconocen su significado: el DRAE no la registra y el María Moliner, tampoco —si bien es verdad que no dispongo de la última actualización—. No obstante en el DAE de M. Seco, O. Andrés y G. Ramos, pese a no aparecer tampoco el término, sí que figura "serendipidad". Atendiendo a que el étimo es la voz inglesa "serendipity", parece acertado que el calco por adaptación sea éste. Y así la han usado, por ejemplo, Alfredo Amestoy (1) o Amando de Miguel (2).

Otros hay cuya opción es el uso directo del extranjerismo. Mal vamos así. El caso más flagrante es el de la película que en 2001 protagonizaron John Cusak y Kate Beckinsale, claro que aquí seguramente tuvo algo que ver la mercadotecnia: poco vendería un filme titulado Serendipidad, mientras que vende mucho la contundencia titular de cualquier palabro anglosajón —Elegy, sin ir más lejos, por citar un estreno reciente que, además es de directora de por aquí—.

La tercera opción es adaptar la palabra inglesa a la forma con redondeo vocálico, "serendipia". Tal fue la elección por la que se decidieron, entre otros, el traductor de la obra de R. M. Roberts, Serendipity: accidental discoveries in science (1989), Ruy Pérez Tamayo (3). También la mayoría de la comunidad internauta prefiere esta forma a la anterior. Un simple vistazo a la estadística de búsqueda de Google revela 10.100 resultados en 0,05" para "serendipidad", frente a los 60.300 en 0,23" para "serendipia".

¿Serán, éstas, cifras y tiempo suficiente para la RAE?

La palabrqa merece el esfuerzo. Su historia, tanto o más que su significación, es, cuando menos, curiosa. Tiene su origen el topónimo सिंहलद्वीप [Sihaladvipa], de सिंहल [Sihala], ’Ceilán’, a partir de सिंह [siha], ’león’ y द्वीप [dvipa], ’isla’. Dicho topónimo, en su adaptación italiana, aparece en el cuento de Christoforo Armeno intitulado Peregrinaggio di tre giovani figliuoli del re di Serendippo, de 1557 (parece poco probable que, como asegurase Michele Tramezzino, el impresor de la historia, la narración de Armeno sólo sea una traducción del persa). El cuento —que corrió cierta fortuna por Europa— se tituló en inglés The three princes of Serendip. Y así llego a manos de Horace Walpole, el excéntrico autor de El castillo de Otranto, quien, el 28 de enero de 1754, escribió una carta a su amigo y Tocayo Horace Mann, diplomático al servicio de Jorge II, precisamente en Italia. Parece ser que, desde allí, Mann había enviado a Walpole un retrato de Bianca Capello, quien dos siglos antes fuese esposa de Francesco de Médici. Y como quiera que el cuadro no tuviese marco, Walpole quiso ponerle uno con el escudo de armas de los Capello. En la carta, explica a su amigo Mann que había tenido mucha suerte cuando, buscando el escudo de los Médici en un libro veneciano de heráldica, encontró el de los Capello:

[...] Este descubrimiento es del tipo que yo llamo serendipia, una palabra muy expresiva que voy a intentar explicarle, ya que no tengo nada mejor que hacer: la comprenderá mejor con su origen que con definiciones. Leí en una ocasión un cuentecillo titulado "Los tres príncipes de Seréndip": en él sus altezas realizaban continuos descubrimientos en sus viajes, descubrimientos por accidente y sagacidad de cosas que en principio no buscaban: por ejemplo, uno de ellos descubría que una mula ciega del ojo derecho recorría últimamente el mismo camino porque la hierba estaba más raída por el lado izquierdo—. ¿Comprende ahora la serendipia?

Al margen del lapsus que Walpole comete al trocar en mula lo que en la versión original era camello —animal más propio, sin duda, de una ambientación persa—, queda claro que el sentido que el novelista inglés da al término viene a ser el de un descubrimiento casual que no se pretende y que, a veces se logra mediante la percepción de detalles accidentales que suelen pasar inadvertidos a personas no perspicaces. Como decía al principio, el castellano, de momento no dispone más que de referencias de uso —"serendipidad" o "serendipia"—, pero el senido con que se utilizan son coincidentes con el de Walpole, lo mismo que en otros idiomas —italiano, "serendipità"; francés, "serendipité"; alemán, "serendipität"; holandés, "serendipiteit"; portugués, "serendipidade"; incluso esperanto, "serendipeco"—. En catalán, el DIEC, normativo, recoge "serendipitat" como término de léxico común con el significado de "Descubriment casual o imprevist fet per un investigador en el curs d’una recerca orientada a altres objectius i amb pressupòsits teòrics diferents" —la periferia nos lleva ventaja—.

En fin, como escribiese en su carta el bueno de Walpole: "Now do yo understand serendipity?"

Yo creo que sí, pero de a pie como es uno, a ras de insignificancia y sin presumible trascendencia para el saber humano, habré de seguir contentándome con gozar de vez en cuando de una feliz casualidad, bien por pura potra, chiripa, carambola, chamba o chorra —distinta de la manchueleña, ésta última, claro—. Un poco a lo Wyoming en el vídeo, supongo. O, a lo sumo, subsumir mi posible casuística al Principio de sincronicidad de Jung, que así queda más chula la cosa. Dejemos las serendipias para los grandes hombres como Arquímedes, Colón, Fleming o Galvani. O para los inventores del teflón o el post-it.

 


 (1) "Sacar un pleno en la Loto y llevarse  mil trescientos millones es... una casualidad; llegar a cualquier sitio y poder aparcar en la puerta... una chiripa; estar en la cola del paro y enamorarse de la chica de delante que, además es maravillosa y, encima, te dice que sí, eso es una serendipidad". (Suplemento Semanal de Madrid, 10.06.90).

 (2) "Si hubiera que adoptar un solo anglicismo mi voto sería por la inclusión en nuestro vocabulario de ’serendipidad’, el suceso o la cualidad de hacer descubrimientos por accidente. Todo el que se haya dedicado a los menesteres del pensamiento podrá constatar la existencia de ese raro fenómeno, parejo a la intuición, vecino de la fortuna y de la suerte." (La perversión del Lenguaje, Madrid-1994, extraído de RAE: Banco de datos CREA [en línea]. Corpus de referencia del español actual, 26.04.08).

 (3) "Como investigador científico activo, no ignoro que con frecuencia los resultados de las observaciones o experimentos (con los que se están poniendo a prueba ciertas ideas y teorías) pueden ser sorprendentes y hasta inesperados, con lo que sirven para revisar las teorías originales o para generar nuevas ideas sobre el mismo problema, o hasta para abandonar el campo en que se estaba trabajando y emprender tareas completamente distintas. Este fenómeno es tan frecuente que los investigadores científicos hemos acuñado una bella palabra para denominarlo: serendipia. Pero cualquiera que sea el resultado de la actividad científica (confirmación o modificación de las teorías científicas originales, cambio completo de hipótesis, o hasta de campo de investigación) siempre se refiere a lo mismo: a las ideas". (Ciencia, paciencia y conciencia, México D.F.-1991).


BIBLIOGRAFÍA:

—Baiget, Tomàs: “Serendipidad”, en El profesional de la información (mayo, 1994).

—Gómez Romero, Pedro: “Serendipi... ¿Qué?”, en CienciaTeca (mayo, 2002).

—“Serendipia”, en Wikipedia.

—“Serendip”, en Wiktionary.

—REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos CREA [en línea]. Corpus de referencia del español actual.

—M. Seco, O. Andrés y G. Ramos: Diccionario del español actual.

—REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de la lengua española (22ª ed. y avance de la 23ª ed.)

 

Gramática parda.

No se me asusten, que estas líneas no pretenden ser un ensayo paremiológico, por mucho que la expresión que da título a este artículo sea paremia habitual en el acervo del castellano peninsular.

El DRAE define la expresión coloquial como la habilidad para conducirse en la vida y para salir a salvo o con ventaja de situaciones comprometidas. Es decir, la gramática parda no se aprende en la escuela, sino en la calle: tretas, ardides, mañas...

  

Lo de 'gramática' le viene a la expresión del valor metonímico con que éste vocablo significa 'estudios'. Lo de 'parda' tiene más enjundia. La primera orientación al respecto la encontramos ya en el Tesoro de la Lengua Castellana o Española, de Sebastián de Covarrubias:

PARDO. Color, que es el propio que la oveja o el carnero tiene, y le labran y adereçan, haziendo paños dél sin teñirle. [...] El vestido pardo es de gente humilde, y el más basto se llama pardillo.

De hecho, hoy el DRAE trae como primera y última acepciones a 'pardal':

1. Se dice de la gente de las aldeas, por andar regularmente vestidas de pardo.

7. coloq. Hombre bellaco, astuto.

Y en la entrada 'pardillo', antes del dícese de la persona incauta, que se deja estafar fácilmente, que figura como segunda acepción, hay anotada la de aldeano, palurdo -que es adjetivo dicho por lo común de la gente del campo y de las aldeas para calificarlas de toscas o groseras.

Efectivamente, ya lo dice la sentencia: Hombre de capa negra, ciudadano; hombre de capa parda, labrador o trabajador. Y en la literatura de nuetros siglos de oro, las escenas en que estudiantes doctos imponen sus intereses o ridiculizan a lerdos rústicos son tan abundantes como aquellas otras en que rústicos camastrones esgrimen su gramática parda para dar una lección de vida a ilusos estudiantes.

Siempre me hizo gracia lo que, acerca de esta indocta ciencia, decía acertadamente Fernán Caballero -que, como se sabe no fue Fernán y menos aún caballero- . Según la escritora, la gramática parda posee tres reglas capitales: ver venir, dejarse ir y tenerse allá.

A mí nunca se me dio bien eso de verlas venir; siempre todas me han embestido frontalmente. Sí que a veces me dejo ir; pero las más, me tengo allá. Acaso por ello la mía, más que gramática parda, sea la gramática del pardillo.

Cromarty Fisher.

Cromarty Fisher.

Bobby y Gordon Hogg, de 87 y 80 años respectivamente, son son los últimos hablantes del dialecto Cromarty Fisher, nacido en la Isla Negra, al norte de Inverless, en Escocia, allá por el siglo XVII.

Al parecer, los pescadores de la isla tomaron de los soldados ingleses que estuvieron destacados en esa región palabras que se han mantenido en el habla de Cromarty y que el inglés moderno sólo emplea ya en poesía u oraciones religiosas, tales como thee ’os’, thou ’vos’ y thine ’vuestro’; pero también alterando la pronunciación, al sustituir por ejemplo erring por herring o hears por ears. He aquí algún que otro ejemplo de la agonizante habla:

 

 CROMARTY FISHER

 INGLÉS

CASTELLANO 

 Thee’re no talkin’ licht You are quite right Tienes toda la razón
 Ut aboot a wee suppie for me? Can I have a drink too? ¿Yo también puedo beber?
 Thee nay’te big fiya sclaafert yet me boy You are not too big for a slap, my boy No eres lo bastante grande como para pegarme
 Pit oot thy fire til I light mine Please be quiet, and allow me to say something Tranquilízate y déjame decirte una cosa


Pues hala, lingüistas y antropólogos de pro, videocámara en ristre y a dejar testimonio postrero para futuras generaciones. Ya hay quien está grabando cuantas charlas fraternales les queden a los Hogg.

                                                              

 

 

 

 

(Soy lerdo con el inglés, de modo que perdóneseme la intromisión en el tema. Aunque, bien pensado, como a los escoceses lo inglés les trae sin cuidado...)

'Amarrazón' o los fantasmas lexicográficos.

Que las clases de lengua son un rollo para muchos alumnos es una evidencia; díganmelo a mí, que soy el profe que las imparte -o que las sufre, según se enfoque-.

No obstante, los fantasmas lexicográficos a que se refiere el título de este artículo nada tienen que ver con la perspectiva del alumno de secundaria, por bien que éste pueda pensar en el miedo al suspenso en una asignatura que no le va o en lo evanescente de unas explicaciones que no consigue aprender y, pon ende, mucho menos aprehender.

Acabo de recibir, por gentileza de la Fundación Duques de Soria, la invitación a un seminario de lengua española acerca de 'La morfología en la confección de un diccionario histórico', invitación a la que mi oxidada preparación filológica me obliga a renunciar -pero retengamos el lamento, que no viene al caso-. Ojeado el folleto, entre las ponencias y coloquios, llama mi atención el tema de una mesa redonda: '¿Hay fantasmas lexicográficos? ¿Qué hacer con ellos?'

Siempre ando a vueltas con mi desmemoria, de modo que he sido tardo en reconocer a estos viejos fantasmas, descubiertos en los años fronterizos entre mi última mocedad y mi primera edad adulta, mientras preparaba para el proyecto PROLOPE de la UAB la edición crítica de 'El Duque de Viseo', de Lope de Vega. Al cotejar distintas ediciones de la obra para fijar definitivamente el texto, recuerdo haber hallado una inadecuación en la lectura de dos variantes textuales: dehessas gamenosas y dehesas amenosas. La primera, correcta; la segunda, espuria.  El Fénix se refería con la expresión a aquellas tierras de pasto abundantes en gamones, por tanto gamenosas, según correcta sufijación -pese a que el adjetivo no figure en el DRAE-. Lo curioso es que el adjetivo amenoso no existía en castellano antes de la errata -tipográfica, a todas luces- de la obra de Lope.  La Academia lo incluyó en su diccionario en 1770 basándose en la autoridad del Príncipe de los Ingenios y definiéndolo como 'lo mismo que ameno'; todo un hápax, pues, por aquel entonces -ignoro si aun con posterioridad-.  El error se corrigió, como tantos otros, en la edición del DRAE de 1992, la cual recoge en gran parte el resultado de la labor lexicográfica de limpieza de fantasmas que el DHLE -ahora ya NDHLE-, tan en cierne aún, hizo durante la década de los 80.

Así, tal y como puede colegirse de esta experiencia, los fantasmas lexicográficos no son sino palabras cuya vida se limita única y exclusivamente a las páginas del diccionario que las incluyó erróneamente entre el elenco de términos del idioma. Como agudamente apuntara Landau, las palabras fantasma son equiparables a las dolencias iatrogénicas, esto es, alteraciones del estado del paciente producidas por el médico.

Por deformación profesional y por inclinación ilustrada, entiendo que un ejemplo pueda aclarar mejor el entendimiento. Véase a continuación uno de los aducidos por Pedro Álvarez de Miranda en un estupendo artículo publicado por la Biblioteca Miguel de Cervantes:

     Todos los diccionarios, tanto académicos como extraacadémicos, han registrado hasta ayer mismo un sustantivo, amarrazón, que definen como «conjunto de amarras» (así, por ejemplo, en Academia 1984). La cosa se remonta al Diccionario de Autoridades, que en 1726 incluyó el siguiente artículo: "AMARRAZÓN. s. f. Término náutico. Las cuerdas, cables y gúmenas con que se atan, afirman y asseguran las embarcaciones en los Puertos. Lat. Funes. Rudentes. CERV. Quix. tom. 1, cap. 46. Y cortar la amarrazón con que este barco está atado."   Un desgraciado cúmulo de errores se cebó en este artículo. Por lo pronto, en el capítulo 46 de la Primera Parte del Quijote no hay ni rastro de ese texto. Donde sí está -y luego veremos la explicación del error- es en el capítulo 29 de la Segunda Parte. El pasaje pertenece a la aventura del barco encantado, y reza así en la edición príncipe de 1615: "-Ya están atados -replicó Sancho-. ¿Qué hemos de hazer aora? - ¿Qué? -respondió don Quijote-. Santiguarnos y levar ferro; quiero dezir, embarcarnos y cortar la amarra con que este barco está atado."  (fº 111vº)   [...]   El caso es que, en efecto, en la edición madrileña del Quijote de ese año, lo mismo que en otra de 1714, se lee en la página 146 de la Segunda Parte (y ahí, en ese número 146, está la explicación del gazapo, o lapsus [cálami] , «tom. 1, cap. 46»): «y cortar la amarraçon con que este barco está atado». Estamos, más que ante una errata común, ante una cadena de erratas, ante una fatídica bola de nieve provocada primero, en 1655, por un error accidental y más tarde, en 1706, por el intento de otro impresor de arreglar, añadiendo otra preposición "con", un texto que quedaba cojo. He aquí la serie de lecturas, partiendo de la edición príncipe: 

     Madrid, 1615, 111vº: y cortar la amarra con que este barco está atado.

     Madrid, 1655, 245b: y cortar la amarraçon que este barco está atado.      Madrid, 1706, 146b: y cortar la amarraçon con que este barco está atado.     Madrid, 1723, 146b: y cortar la amarrazon con que este barco está atado.

El hecho de que en la edición de 1723 la palabra esté ya escrita con -z- no es sino la culminación de la errata, pero no implica necesariamente que fuera esa la edición manejada, pues, como se sabe, la eliminación de la ç fue una de las primeras decisiones ortográficas que tomó la Academia.

En fin, la Academia hizo caer en la trampa hasta a los especialistas, pues tanto el excelente Diccionario marítimo español (1831) como otros diccionarios posteriores de términos náuticos acogieron la palabra entre sus páginas. Ni siquiera (y esto es más grave) el primer y truncado Diccionario histórico de la Academia detectó en 1933 el error. Solo el DHLE lo hizo, en 1984, gracias a lo cual amarrazón ya no consta en la edición vigesimoprimera del diccionario común, publicada en 1992.

NOTA:   En adelante, intentaré no sucumbir al canto de sirenas de la lingüística; entiendo que no ha de ser éste el lugar indicado para la elucubración filológica. O sí, ¡qué, coño!