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A ContraLuz

Zapatones.

Zapatones.

Llegados a Santiago, a Zapatones se le ve al tiempo que a la catedral compostelana. Deambula incansable este sempiterno peregrino -el peregrino, por antonomasia-  transitando las calles del casco antiguo.

Lo más habitual, por supuesto, es encontrarse con Zapatones en la Plaza del Obradoiro, "su casa", como él mismo dice justo antes de explicar que el propio Rey Don Juan Carlos I le dijera una vez que tenía "la sala de estar más bonita de España". Sin embargo, nosotros dimos con él, la primera de las tantas veces, no en el exterior de la plaza sino en el interior del Hostal dos Reis Católicos, donde nos hospedábamos. Tampoco es de extrañar, por dos razones. En primer lugar, la ubicación: este Parador Nacional -antaño, Hospital Real para albergar peregrinos- forma, con la catedral, un hermoso ángulo arquitectónico; es decir, pese a que Zapatones no era cliente, seguro que se sentía en "su casa". En segundo lugar, este entrañable personaje -algo más Sancho que Quijote, a buen seguro- los más de sus pasos en el caminar por el casco antiguo los da sobre el empedrado de la Rúa do Franco, calle de los vinos por excelencia. Durante el fin de semana pasado, tuvo lugar en el Parador un certamen de moda y justo aquella tarde en que nosotros llegamos, en uno de los cuatro claustros que se encuentran en su interior, se ofrecía un refrigerio. Por entre las guapas modelos, los camareros traían y llevaban canapés, pastitas, cava y vino. En fin, que Zapatones allí estaba. Porque Zapatones da entidad compostelana a un evento y esa tarde la Entidad daba a Zapatones el vino del evento... , sin desmerecer a las esbeltas modelos, que, después de todo, lo acapararon -o fueron por él acaparadas, no sé-, salvo en el momento de raptarlo para la foto.

¡Y qué guapos estamos: Joan Pere, Zapatones, Javi y un servidor! Y ese mofletero colorcillo sonrosado del amigo... Si es que... ¡Que no falte de na! -como decían por doquier los camareros almerienses de este verano-, ni bordón ni esclavina ni veneras ni morral ni sombrero de ala ancha. Claro que la calabaza para almacenar agua -más bien, vino- con tanto camarero sirviendo, no se hizo necesaria y brillaba por su ausencia. A horas de madrugada, los foráneos ya habíamos mejorado también la color de las mejillas.

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