Blogia
A ContraLuz

Cartas de la monja portuguesa.

Cartas de la monja portuguesa.

Mi labor como profesor de literatura me obliga -gustosamente- a volver una y otra vez sobre lecturas ya realizadas. Amén de ello, pocas son las ocasiones en que retomo una obra ya leída -valga decir una narración, pues la poesía es, casi necesariamente, de lectura cíclica: qué distinto sabor puede tener un mismo poema un día de lluvia o uno soleado, en plena tarde o de madrugada-. A principios de verano, porque viajaban conmigo olvidadas en el maletero del coche y porque pedían poco tiempo, releí, nuevamente con fruición, las cinco Lettres portugaises.

Mucho menos hace -apenas un par de días- que leí, en el blog de mi querida amiga Bel, un artículo de Soledad Puértolas en que la autora abordaba en parte el tema del amor y el grado de pertinencia con que el escritor lo aborda. El artículo exponía que, incluso en las grandes novelas de amor -Madame Bovary, Anna Karenina, La Regenta- de lo que se trata en última instancia no es del amor, sino del personaje en sí y la manera en que éste lo vive, "a qué delirios le lleva y por qué".

Pues bien, en las Cartas portuguesas se halla el sufrimiento amoroso en su quintaesencia. Y sí, de lo que se trata en realidad, efectivamente es de cómo Mariana Alcoforado, la monja portuguesa, cumple su pena de amor por abandono en la cárcel de amor -doble prisión, intramuros-. Con todo, ¿importa que las cartas sean autobiográficas, como se creía hasta hace poco, o que se deban plausiblemente a la pluma de Guilleragues, secretario de Luis XIV? Si, como parece Guilleragues desveló la confidencia que el conde Chamilly le hiciera de sus amores con sor Mariana, imprimiéndoles entidad literaria, las epístolas siguen pudiéndose leer tal y como se han venido leyendo hasta hoy, como un auténtico breviario de amor.

El escritor, en sus obras, ofrece personajes, y los temas los vierte sobre él. Así tenemos a Mariana Alcoforado, empapadita de (des)amor, sufriendo su experiencia y excribiéndola o no.

Quien quiera quintaesencias sin más, que lea a los grandes filósofos. En ellos se encuentra más la idea y menos la carne. Pero, señora Puértolas, ellos tampoco son "expertos en el amor", aunque -como los escritores- le hayan dado muchas vueltas al asunto y se lancen a hablar de ello. Si por "experto" parece usted entender sabedor, entonces quizá sí lo sean; aunque el amor, como usted misma apunta, es "enigmático porque no depende de la razón". Ahora bien, si -como se debe- por experto entendemos quien tiene experiencia, ahí cabemos todos, sin excepción.

0 comentarios