Recesionismo.
El lunes por la mañana, a una hora todavía demasiado temprana, la luna llena, con su lorquiano polisón de nardos, pugnaba por desprenderse del neblinoso cendal que la traslucía. Era la última batalla que se libraba en el cielo antes de que la noche hiemal rindiese su reino a manos del amanecer.
(¡Qué aberrante ampulosidad! Ustedes me perdonen).
A esa justa hora, en la radio del coche, alguien hablaba de recesionismo y yo tardé en darme cuenta de que ese recesionismo a que se hacía referencia no era exactamente el que cabría esperar como tema radiofónico en estos tiempos de hartura de crisis.
El recesionismo, según el diccionario, no existe. Claro, ni falta que hace; ya existe la recesión y, para desgracia de todos, no sólo en el diccionario. Ahora bien, como en su día se diese un modernismo, que hizo de la modernidad estilo, o un vanguardismo, que de la vanguardia hizo lo propio, parece ser que, mutatis mutandis —Dios me perdone el atrevimiento analógico—, hay quienes hoy en día pueden llegar a hacer de la recesión moda.
Hasta ahora, estábamos habituados a que el capitalismo, con su acostumbrada perversión, cual funesto e infalible Midas, convirtiese en moda cuanto tocase. Verbigracia, el movimiento jipi fue reducido a pantalones de campana, camisas estampadas y paredes interiores de papeles pintados floreados; la rebeldía revolucionaria del "Che" ha sido reducida, finalmente, a simple icono para chapitas, fundas de móviles o estampados de camisetas. Y así ad æternum.
Ahora, no el capitalismo exactamente, pero sí las esposas de sus hijos predilectos, moldean a su antojo y provecho, cual simple plastilina, la férrea recesión que a los de a pie nos atenaza. Lo chic, el no va más, de doña señora de tal ya no es despilfarrar mil euros en un trapito, último diseño de moda del diseñador de moda más de moda; ahora, doña señora de tal se patea las calles a la caza y captura del trapito resultón, ganga entre gangas, cuyo coste podría permitírselo hasta la mal pagada chacha dominicana.
Deplorable, sin duda, pues doy por cierto eso de que la intención es lo que cuenta, y no me cabe la menor duda de que doña señora de tal no trata de predicarnos con el ejemplo. Seguro que el abalorio resultón de turno lo compra tras haberle sacado humo al plástico en Gucci, Chanel, Versace o Dior. Y con lo uno y con lo otro lo que trata es de cultivar vanal y ligeramente la envidia de sus ligeras y vanas amistades.
6 comentarios
Juanjo -
MIA, que me ha de llevar a la poesía..., no diría yo tanto; aunque acaso sí: me ha llevado a ti.
ATB, el todo, pues lo eres tú.
ANK, si es que más vale no fiarnos de nosotros mismos.
SHOBOGENZO, nos vemos este verano en una playa nudista.
Shobogenzo -
Besos amigo y feliz día!
atb -
"el ignorante sigue lo agradable; el sabio sigue lo recto. La diferencia entre lo agradable y lo recto lo es todo."
mía -
que tu estilo tal vez
te lleve a la poesía.
Lorca, la luna.....
los nardos....mis besos
y aplauso
Ank -
Sakkarah -
Si la señora que se compraba esos modelitos, haces eso. ¿Cómo será el recesionismo para las que no nos lo comprábamos? o ¿Será que me codearé con ellas en las tiendas?
Pues a mis besos aún no ha llegado la recesión, ni las nuevas modas; por lo tanto...un millón de ellos.