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A ContraLuz

Domingo en el zoo.

Domingo en el zoo.

Tras tanta lluvia durante días, el primer rayito de sol parecía regalar una inexcusable oportunidad para hacer algo especial, más allá de unas horas de paseo o de parque o de consuetudinarias -aunque divertidas- actividades del día a día con los niños.

No sé hasta qué punto puedo llamar 'especial' a una salida al zoo.  Lo he visitado ya bastantes veces como para plantearme el valor de la ponderación; de mi última visita no hace ni dos meses: fue en calidad de profesor acompañante en una salida para los esitos primerizos.  Empero, acaso no es menos cierto que las circunstancias hicieron del día una jornada especial -lo hubieran hecho cualesquiera otras que hubieran sido-.

Biel y Clàudia, con dos de sus amiguitas del cole, Carla y Clàudia, en un entorno para ellos distinto, rodeados -fuera mejor decir rodeando- animales salvajes, admirados en numerosas fotografías de libros escolares o de aventuras, en un sinfín de películas y dibujos animados.

El león dormía su poco menos que sempiterna siesta -hala, papa, duerme 20 h. al día, el tío- y, pese a su tendida majestuosidad, no es de extrañar que a ojos de los niños ese día no fuese el Rey -total, tampoco era la selva-.  La pantera negra era Bagheera; el tigre, Shere Khan; alguna enormidad de pitón, Kaa -no recuerdo que oso alguno fuese Baloo y el lobo no se dejó ver, pero de haberlo hecho, no hubiese sido Rama, pues en el imaginario infantil puede mucho más el feroz travestido de abuelita-.

Habrá que repetir en otra ocasión.  Sin duda, merecerá la pena.  Habrá cuatro pequeñas miradas que volverán a escudriñar formas y colores, plumajes y pelajes, movimientos ágiles y torpes y pesados movimientos...  Cuatro pequeñas miradas, algo menos pequeñas entonces, que volverán a consensuar a los delfines como auténticos reyes del espectáculo.

2 comentarios

Juanjo -

Sí. Peter Pan es sólo una hermosa metáfora y tarde o temprano aprenderán a percibir lo que todavía no ven.
Aún así, este verano mira los ciervos o los caballos o los caballos vueltos ciervos con la mirada de tus sobrinitas. Y si ya no es posible, dedícate a mirar su mirada.

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Prometí a mis sobrinas una visita este verano, y habrán pasado 13 años desde la última vez que lo pisé, con mi prima, ahora adolescente, llamando caballos a imponentes ciervos. Recuerdo cierta tristeza en los ojos de los mayores al ver lo triste de los animales encerrados. Los niños suelen ver siempre lo que nosotros ya no percibimos.