El Nacimiento de Venus, de Sandro Botticelli.
No creo que sea la divina proporción áurea -siempre me hará pensar en la Welch de hace un millón de años-; ni la perfecta adecuación a la idealizada belleza de la Descriptio puellae; ni la sensación de ingravidez y movimiento detenido; ni, por supuesto, esa belleza de la diosa, más arte que humanidad, más estatua que mujer. O sí. O todo ello y, sobre todo, la pureza de ese rostro ya melancólico al nacer, falsamente sustentado sobre el enhiesto cuello.
Tras una hora de absorta contemplación, aún hoy deben de estar en la sala de los Uffizi intentando secar el charco que en la perpendicular de mi bocabierta dejara.
2 comentarios
Juanjo -
Gracias, Sandra.
sandra -