La Privamera, de Sandro Botticelli.
En la pared contigua a El Nacimiento de Venus, luce este otro Botticelli. Para contemplarlo basta con girar la mirada hacia la derecha y moverse apenas unas baldosas. De nuevo, poco importa que la raíz cuadrada de a por c sea igual a b -o sea, poco importa f-; ni la complejidad y detalle de las leyes albertianas aplicadas a la variedad y abundancia de elementos, a los personajes, a sus posturas...
No sé si la contemplación de la belleza, tal y como afirma Dostoievsky en El idiota, puede obrar el milagro de salvar al mundo. Pero merece la pena intentarlo; cuando menos, uno mismo se va salvando.
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