Ateobuses.
Foto de la Agencia EFE (A.Estévez).
Dos autobuses de las líneas 14 y 41 de Transports Metropolitans de Barcelona (TMB) lucen desde el lunes publicidad financiada por la Unión de Ateos y librepensadores de Catalunya y enmarcada en una campaña atea que cuestiona la existencia de Dios: Probablemente, Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta la vida.
El quid del eslogan está en el adverbio modal periférico. Cierto es que el probablemente ha sido impuesto —ya lo fue en su día durante la prístina campaña londinense—, pero no acabo de entender cómo gente presuntamente tan racional se ha dejado colar semejante gol semántico. Ni entiendo tampoco que nadie pueda decir que la campaña niegue la existencia de Dios, a lo sumo —como acabo de indicar— la cuestiona. Sin duda, el probablemente convierte a ateos en agnósticos, aunque conviene no olvidar que, diccionario en mano, al menos los librepensadores no son necesariamente ateos, pues lo único que establece el librepensamiento es la absoluta independencia de la razón individual respecto de cualquier criterio sobrenatural.
Por lo demás, el desacierto del eslogan no se limita a este detalle. No creo yo que el creer en Dios —llámese tal o llámese Alá, Yavé, Waheguru o Ngai— implique en el individuo una necesaria preocupación que le dificulte o impida disfrutar de la vida. Antes bien, cabe suponer que la fe tiende a iluminar y a fortalecer el espíritu del creyente. Ignacio Camacho escribía hace unos días en el ABC: El esfuerzo de gente como Sartre, Ortega, Nietzche o Cioran, que ha destilado tanto sufrimiento en la agonía interior de su búsqueda o su desencuentro, no puede reducirse a la simpleza de una frase de zafio epicureismo: "Dios no existe, así que ya puedes disfrutar de la vida". Con todo, es fácil presumir que en la mirilla del eslogan se hallan más la Iglesia o la religión que Dios, más el beato o el dogmático que el sólo creyente. Pero ni así me convence este eslogan; convendrán conmigo y con Anatole France en que El cristianismo ha hecho mucho por el amor convirtiéndolo en pecado, por ejemplo.
Llegados a este punto, lo suyo hubiese sido buscar un eslogan ad hoc; anticlerical, si me apuran. Sin necesidad de extremar tanto, a mí me hubiese valido con aquel célebre apotegma del "padre" del Padre Brown: La iglesia nos pide que al entrar en ella nos quitemos el sombrero, no la cabeza. Conciliador, sin duda, y con la gracia añadida de robárselo al rival, pues no me cabe duda de que Chesterton, al sentenciar, ya había llevado a cabo su conversión desde el agnosticismo al catolicismo, con apeadero anglicano incluido. A mí, confieso que me hubiese entusiasmado leer en esas rojas macroletras publicitarias una de las citas que más me gustan —sin ir más lejos, ayer mismo la regalé en forma de chapita a un colega del instituto que profesa el ateísmo—: Soy ateo, gracias a Dios, Luis Buñuel dixit.
Hace ya un tiempo, John Boynton Priestley dijo que Dios puede soportar que los ateos nieguen su existencia. Quizá y sin quizá Dios sí; al parecer, ciertos creyentes, no. O al menos eso colijo de la campaña que E-cristians se dispone a llevar a cabo. Y es que, como apunta René Juan Trossero: A Dios le sobran propagandistas y le faltan testigos.
Reconozco que de jovencito, esto es, hace ya demasiado tiempo, era deísta, acaso al modo pascaliano: si apostamos que Dios no existe y termina resultando que sí, nos quedamos sin dicha eterna; sin embargo, si apostamos que sí y nos equivocamos, no pasa nada —en fin, a lo peor a Dios no le haría mucha gracia la apuesta—. Más tarde, me llegó el agnosticismo. Sí, soy agnóstico, como Hume, Popper, Borges, Victoria Beckham... —hay puntos suspensivos que llegan decididamente tarde—. Supongo que es por ello que a mí la campaña y la contracampaña ni me van ni me vienen. Un agnóstico nunca la promovería, pues sólo sabemos que de esto no sabemos nada. Aldous Huxley ya nos definió bien: El agnosticismo simplemente significa que una persona no dirá que sabe o cree aquello para lo que no tiene bases para sostener que cree. O que no cree, añadiría yo.
Francamente, a mi modo de ver, el creer o no creer en Dios no son más que los dos polos opuestos del mismo imán: el de la fe. La razón no ha alcanzado nunca a demostrar la existencia de Dios, pese a que lo hayan intentado filósofos, teólogos, matemáticos y científicos; tampoco ha demostrado lo contrario. Tan acto de fe me parece, pues, la creencia del sí como la del no.
Y adiós.
Queden con Él.
O no.