Las Cuatro Estaciones.
’Sala simfònica’, por Gaspard Winckler.
En 1641, el clavecinista francés Jacques Champion de Chambonnières, con el fin de ofrecer conciertos públicos, reunió a diversos músicos bajo el nombre de L’Assemblée des Honnestes Curieux. Tres siglos y medio más tarde, cuatro jóvenes instrumentistas virtuosos retomaban el espíritu de honestidad y curiosidad musicales para formar una nueva Assemblée.
Su recorrido artístico fue tan efímero como fulgurante. No obstante, poco después, en el año 2006, del corazón asambleario de Amandine Beyer, que lo era también de los Honnestes Curieux, nace Gli Incogniti, grupo virtuoso de música antigua europea: Alba Roca y Patrizio Germone —antes fue Flavio Losco—, violines; Marta Páramo, viola; Marco Cecatto, violoncello; Baldomero Barciela, violone; Francesco Romano, tiorba; Anna Fontana, clavicémbalo; y la propia Amadine Beyer, que, además de la dirección es el primer violín.
El nuevo grupo ha recibido el aplauso unánime de la crítica especializada y varios son ya los galardones que ha merecido la primera grabación integral de los conciertos para violín de J.S. Bach aparecida en abril de 2007. Su segundo trabajo discográfico, publicado hace apenas dos o tres meses, está dedicado a los conciertos para violín de A. Vivaldi, donde se incluyen los conocidos como Le Quattro Stagioni,
No soy en modo alguno un entendido en música clásica, pero me ha estado acompañando durante casi toda mi vida. Recuerdo —acaso sea esto mucho decir; espero que no me traicione mi querida desmemoria— algunas tardes estudiantiles de mis años mozos de instituto en que iba a casa de mi buen amigo Armando con el propósito, más que luego la realidad, de estudiar literatura o historia. Y recuerdo que en ocasiones él pinchaba en su plato una versión sinfónica de Le Quattro Stagioni: cara A del vinilo, para Primavera y Verano; cara B, para Otoño e Invierno. Ya entonces me resultaba imposible reprimir el efecto gallináceo en la piel, sobre todo ante el presto estival con que concluía aquella primera cara. Más tarde, aprendería la diferencia cualitativa que media entre una versión sinfónica como la que oíamos entonces y otra concertística barroca.
Ahora, hace apenas unos días, he tenido la placentera fortuna de poder asistir en la Sala Simfònica de l’Auditori de Girona al concierto en que Gli Incogniti, con sus angélicas cuerdas, ejecutaban los cuatro primeros conciertos del opus 8 de Vivaldi, más conocidos como Le Quattro Stagioni. Y, al salir, me acordé de Armando y las tardes de estudio, y de tantas y tantas otras tardes en que el veneciano me acompañaba, sedente yo, mientras trabajaba, leía, o conducía. Sin embargo, ello fue, como digo, al salir. Mientras la música sonaba, piel de gallina y algunas lágrimas. Se puede llorar, más allá de la tristeza o de la alegría, de pura belleza, sobre todo si se es poco menos que hiperestésico como barrunto que pueda ser yo. O gilí, vayan ustedes a saber.
Por cierto, el privilegio de la tarde sonora fue más allá, pues el programa se completaba con la primera audición mundial de un Concerto Grosso del propio Vivaldi, recientemente descubierto en la Biblioteca de Dresde.
(Pocos segundos crean tanta expectativa como el 54’’).
4 comentarios
Juanjo -
Shobogenzo -
Un abrazo, Juanjo
Sakkarah -
Imagino que se necesita estar preparado.
Un beso.
Hannah -
Un fuerte abrazo
Hannah